miércoles, 15 de diciembre de 2010

El don del Príncipe

Erase una vez un pequeño príncipe que, al nacer, recibió una misión muy especial que debía cumplir durante su vida. El problema para el príncipe era que no sabría cuál era su objetivo hasta que lo cumpliera.

De niño, su vida era más o menos como las de todos sus amigos y creció en una familia que le adoraba. Siempre fue guapo, bueno y muy inteligente. A medida que fue haciéndose mayor vio que tenía un don con todos los aparatos electrónicos y pensó que por allí podía ir encaminada su misión. Se apuntó de muy joven a clases de programación y se esforzó al máximo en sus años escolares para obtener las mejores calificaciones y poder ir a Madrid a estudiar lo que le gustaba: telecomunicaciones.

Durante unos años, el príncipe buscó cumplir su supuesta misión en la carrera, en el Colegio Mayor, con sus amigos y con algunas mujeres y, todo eso, iba sumando puntos que notaba le acercaban a lo que debía hacer en la vida.

Un día se reencontró con una antigua compañera de colegio y se enamoró. Ella era la princesa perfecta que todo príncipe espera y, por ella cambió parte de los objetivos de su misión. Aún así, siguió pensando que sus estudios también le habían acercado a lo que él veía como el cumplimiento de su deber y fue hasta un país lejano para mejorar sus conocimientos.

Estando al otro lado del Atlántico, la princesa resultó no ser tan buena y con sus palabras encantó al príncipe para que volviera. Sumando sus adulaciones con las inseguridades que por esa época rondaban sobre la cabeza del príncipe, le hizo volver a su antigua vida.

Al regresar a Madrid, el príncipe vio que se estaba alejando de su misión, pero que lo que tenía en ese momento le satisfacía, así que se relajó y se separó de su camino.

Un día, uno de los magos que tenía en palacio le comentó la posibilidad de volver a su senda yendo a un castillo en un país muy frío donde podría aprender mucho sobre su don y, pese a las dudas, las discusiones con la reina Lola y la incomprensión de muchos, inició un largo viaje de casi un año a tierras gélidas. Allí, pese a las dificultades, volvió a comprender que su objetivo iba bien.

Para compensar ese año de mal tiempo, el mago Ludovico le regaló 6 fantásticos meses en una isla paradisíaca. Y, en tierras isleñas el príncipe vio cuál era su real objetivo. Descubrió por fin que él estaba destinado a hacer felices a muchas personas y que, para ello, debía ante todo, ser feliz él.

Cuento a C.R. Febrero de 2008

domingo, 12 de diciembre de 2010

Una imagen en mil palabras

Una imagen en mil palabras. Así se llama el concurso en el que participé allá por 2008 y que consistía en relatar en mil palabras exactas aquello que te inspiraba la imagen que pongo a continuación. 
No gané, pero ahora lo dejo aquí, para quien quiera leerlo...



Varada en la arena del puerto inicias tu aventura hacia esta nueva vida. Tus costillas, ya salen de las cuadernas, como dos ramas simétricas que crean el esternón que protegerá a los marineros y dará estabilidad en la navegación. Huesos construidos con maña, provenientes de esa madera tan nuestra y que se adaptan a marchas forzadas al mar. Estás creciendo desde dentro, creando la protección y soporte de todo lo que serás y ampararás los órganos más importantes que latirán en tu interior: el patrón y los marineros.

Nunca pensaste, siendo sólo un árbol, que serías capaz de dejar el bosque, de transformar tus cualidades para flotar, para surcar el Mediterráneo empujada por los vientos y por el embiste del motor. Dudo siquiera que pudieras imaginar el dejar de mover tus ramas al son del viento para acompasar tu movimiento al vaivén de las olas.

Cambiarás de danza y de música de fondo. Los cantares de las aves, los croares de las ranas y la armoniosa melodía de los insectos dejarán paso al sonido de los caballos del motor situado en tu popa. De vez en cuando, una manada de delfines pasará rozando tu proa mientras sus voces dan ritmo a tu marcha y te acomodarás al sonido y vibración de las poleas subiendo y bajando las redes.

Tu copa ya no da sombra, ni bajo tu tronco crece la verde hierba, ni tus raíces descienden tierra adentro en busca de agua y alimento. En breve tendrás toneladas de líquido salino sobre el que apoyarte y tu buena relación con el mar será fundamental para emprender esta nueva vida.

Será todo un cambio. Un cambio de uso. Un cambio de hábitat y una nueva aventura que tendrás que superar.

Las manos del artesano lijan las maderas para no dejar ni un asta suelta que pueda suponer un problema. Las maderas que te recubrirán se impermeabilizan dentro del taller y los planos que hace años necesitaba el astillero, ahora se encuentran dibujados en su cabeza y todos sabemos que no habrá ni una rendija entre tus lomos que pueda dejar paso a la entrada de agua indeseada.

Ya colocada tu estructura, como un bebé creciendo en el vientre de su madre, vas adquiriendo la forma de barca que te hará navegar durante años. En esa posición privilegiada que da ser construida en el astillero del puerto, contemplando las embarcaciones ya terminadas y oliendo el mar te acostumbrarás a lo que será tu vida dentro de muy pocos meses.

Las gaviotas se posan sobre ti, intuyendo el olor a pescado que en breve adquirirá tu cascarón y viéndote como una fuente de alimento fácil de conseguir. Los crustáceos que se pegarán a tu fondo te intuyen desde la orilla y los peces que capturarás crecen sin tener constancia de tu construcción.

Aunque faltan semanas para que tengas tu forma final, los que pasamos a tu lado también podemos imaginar las redes ocupando la borda y la emoción de tu dueño saliendo a la mar por primera vez. No te asustes cuando rompan una botella de cava en tu proa ni cuando notes el agua fría acariciándote. Todo eso serán buenas señales. Significará que ya has conseguido tu nuevo objetivo: ser una barca de pesca.

Serás el sustento para una familia. Arrastrarás las redes que pescarán rapes, merluzas, gallos, lenguados, calamares y alguna gamba que serán comidos por muchas personas. También morralla, que servirá de base para algún buen caldo de sopa o paella. Esperarás paciente durante los días de descanso, durante las horas de la noche en las que ocuparás tu embarcadero. Verás a gente pasar y pasear por la dársena que te compararán con otras embarcaciones. No te preocupes tampoco. Unas serán consideradas más grandes y bellas, otras más viejas y pobres. Pero todas tenéis vuestra función.

Los días de faena, te esperarán ansiosos a tu llegada a puerto. Cada día sorprenderás con más o menos pescado. Pero siempre habrá alguien esperándote en el amarre para comprobar cuánta captura traes. En la lonja se subastará tu trabajo y en casa de tu patrón y sus tripulantes agradecerán o maldecirán la productividad de esa jornada. Pero, por muy malo que haya sido el día, volverán. No te dejarán.

Algún día llevarás a los niños a pasear. Los 16 de julio te engalanarán para portar y pedir protección a la Virgen del Carmen, tu patrona. Puede, incluso, que llegue un momento en que te cambien tu funcionalidad inicial. Pero, ante todo, nunca olvides ver el mar como el medio para tu libertad.

Nunca te sentirás lejos de casa, porque tu casa será el agua salada. No importa el mar o el océano que surques porque sabes que cualquiera te puede llevar al puerto donde naciste y al que entraste por primera vez en contacto con tu nuevo hábitat.

Los días de buenaventura serán incontables y las capturas serán numerosas. Días de buena mar, con sol y calma en los que las diez horas de faena serán como un agradable paseo. Pero cierto es que tampoco estarán ausentes los días tormentosos. Las olas entrando por proa, babor o estribor que harán demostrar tu capacidad de escorarte sin volcar. El miedo se apoderará de todos, de los que van sobre ti y de los que se han quedado en tierra. Pero serás capaz de superar las peores tormentas y de volver sana y salva a puerto.

Tu capacidad será máxima. Tu trabajo será reconocido. Te someterán a constantes cuidados, a limpiezas de casco, a embellecimientos de la cubierta, a cambios de motor y de instrumentos de pesca. Pero esas costillas que ahora te vemos seguirán hasta que aguanten. Hasta que la vejez, el uso y la acción del mar les dé una merecida jubilación y te haga reposar otra vez sobre la tierra o, en el peor de los casos, sobre el fondo marino. Allí, en cualquiera de esas dos partes, tu madera se deshará y tú volverás a descansar sin moverte más del suelo.

El niño que buscaba todas las respuestas

Erase una vez, hace muchos muchos años, en un país cercano, nació un pequeño bebé que estaba destinado a hacer cosas muy grandes. Como infante tenía un tamaño más bien reducido y delgado. Sus ojos, siempre risueños, mostraban una personalidad abierta y simpática y su cabeza estaba coronada por una hermosa cabellera negra, perfectamente diseñada para cubrir con su manto todo un universo de pensamientos.

A medida que iba creciendo, sus cualidades afloraban con facilidad. Pronto, los que le rodeaban, vieron que era un niño especial, “algo rarito” decían algunos, y con una capacidad innata para hacer reír y pensar, a partes iguales, a sus allegados.

El niño, comenzó a ver que sus cualidades eran aceptadas de formas muy diversas por el resto de la gente y creó una coraza sobre su piel que le protegía de aquellos que no entendían cuál era su misión ni lo que podía hacer con esos conocimientos. Con su gran inteligencia, el niño fue adoptando nuevos valores que consideraba más útiles y más beneficiosos en su quehacer diario, y, así, fue reconfigurando su personalidad hasta dejar la parte especial sólo visible para los elegidos. Aún así, tanto en el colegio, como en casa, o en los entrenamientos, su capacidad de cuestionarse las preguntas más complicadas de la persona y su interés por cualquier cosa que se saliera de las frivolidades diarias, seguían intrigándole y seguía buscando entre la gente a aquellos que pudieran ayudarle a encontrar el camino que quería seguir.

Al cabo de los años, la búsqueda continuaba con más insistencia. La necesidad de ver los matices de la vida y entender todo lo que afectaba al ser humano, a sus relaciones y a las experiencias universales se hacía más fuerte. Con el tiempo, había aprendido a utilizar sus capacidades para su propio uso. Su sonrisa seguía atrayendo a la gente y, eliminando pequeños fragmentos de su coraza, iba dejando entrar nuevos conocimientos.

Aún así, al conocer a alguien nuevo, la corteza que recubría su piel se endurecía, ponía su sonrisa y mirada seductora, sabedor del gran potencial de ellas para que la gente se le acercara. Pero, desconocedor de las reticencias que ellas comportaban, seguía mostrándose desconfiado y arrogante.

Tenía facilidad para acercarse a las mujeres, porque su belleza le abría puertas y su capacidad de seducción llevaba a algunas féminas a transmitirle sus experiencias y sabidurías. Se consideraba un hombre “buenorro” y utilizaba ese don como arma para captar nuevas amistades que le ayudaran en su búsqueda. Pero, consciente o inconscientemente, algunas mujeres que se le acercaban, se alejaban con la misma facilidad, asustadas al ver la complejidad de los conocimientos del hombre o su excesivo amor propio. Otras, sin embargo, dejaban de interesarle cuando veía que no podía obtener más conocimientos de ellas o cuando concebía que había puesto demasiadas expectativas en una persona que no podía colmarlas.


Lo más extraño era que, en cuanto se le acercaba una que sí le sorprendía, otro miedo se apoderaba de él y se convencía de que las respuestas que buscaba serían más fáciles de encontrar si lo hacía solo, sin interferencias.

En cuanto a los hombres, el tema no era muy diferente y, en algunos casos, las dificultades eran algo mayores. Siempre tenía a alguien con quien poder debatir. Encontró el apoyo de su hermano, que también había nacido con dones especiales, con quien mostraba sus descubrimientos abiertamente, a la vez que se sorprendía con nuevas teorías y ciencias que le transmitía el joven y que le permitían abrirse a nuevos caminos de conocimiento. Pero, por lo general, echaba de menos a alguien con quien tener conversaciones puras y coincidentes.

El deporte, otro de sus campos de conocimiento, también ayudó en su búsqueda. La capacidad de mantener el cuerpo en orden y de encontrarse físicamente bien le hacían sentirse más poderoso. Con la práctica del fútbol conoció a mucha gente interesante y llegó a adquirir experiencias que le marcarían en su desarrollo personal. Pero, el joven, tuvo que abandonar uno de sus sueños antes de hora. Las lesiones hicieron su aparición y debió cambiar la ilusión que le estaba conduciendo por una gran carretera, a un camino secundario y menos llamativo. Aún así, el niño creció con la capacidad de adaptarse a las nuevas situaciones y, siempre, disfrutando de las experiencias que le aparecían en la vida.

Saber que las coincidencias nunca son casuales le hizo aprovechar sus vivencias por los diferentes campos de fútbol de Mallorca y de la península y, en esa época, aprendió a luchar y a enseñar las verdaderas lecciones del deporte. Con el paso del tiempo, la suerte hizo que supiera reconducir esa carrera hacia una parcela en la que se sentía cómodo y que le permitía dar un paso más en el camino hacia su misión: la formación de los niños.

Sus discípulos futbolísticos, no sólo aprendían a tocar el balón con más o menos gracia y dotes. Esos niños, bajo su batuta, razonaban sobre la necesidad del juego en equipo, de la responsabilidad y del respeto hacia los demás y, principalmente, hacia uno mismo y hacia sus ideas. Con los niños y jóvenes, su misión se iba cumpliendo y él mismo descubría que en la relación con las nuevas generaciones se conocía a él mismo, sus límites y sus cimas.

Y así, conociendo a los demás y conociéndose a sí mismo, el joven fue haciéndose adulto decidiendo con quién relacionarse y a quién mostrar las bonanzas que él podía generar. Como persona adulta era ya consciente de que la gente se abría por admiración a sus conocimientos. Pero, de lo que no era consciente era de que, esa expresión amable de su rostro, hacía presagiar que algo bueno podía ocurrirles en su órbita. Y, eso pasaba.

A la gente que entendía su forma de ser, sus argumentaciones algo complicadas, su mensaje, siempre le pasaban cosas buenas. No recibían riquezas, ni bienes materiales. No siempre reían. Es más, muchas veces lloraban al descubrir lo que el niño transmitía. Pero, a la larga, todos valoraban el conocimiento de uno mismo que les otorgaban las cuestiones que él planteaba.

Cierto es que a los casi 40 años, el adulto seguía buscando el camino equivocándose como un niño. Había cosas que seguían fallándole en su camino hacia su misión. La soledad en la que había decidido vivir suponía un muro para aquellos que querían conocerle más en profundidad y su actitud chulesca podía cortar a la gente a la hora de abrirse hacia él con total tranquilidad. Aún así, algunas personas le entendían y se sentían sumamente orgullosas de poder crecer a su lado, de poder formar parte de un trocito de su camino.

Con el tiempo, ese niño se asentó, y un día desapareció.

Coincidiendo con esa desaparición, en el lugar que a él más le gustaba, apareció un árbol frondoso y solitario. Un hermoso y poderoso árbol que daba sombra a quien quisiera cobijarse del sol y protección ante los días de lluvia. Un árbol que transmitía sabiduría a aquellos que se sentaban bajo sus ramas y pensaban en la vida y en sus misterios.

Dicen, los que conocieron al niño, que esa fuente de sabiduría sale desde la raíz y llega hasta el último brote de la rama más nueva. Dicen que las raíces del árbol son aún más densas que las ramas, y que engloban a todas las personas que llenaron la vida del niño en búsqueda de su camino. El tronco fuerte y con una gran corteza, protege el conocimiento de su interior y sustenta las ramas que albergan otras vidas. En ese árbol no hay cabida para las dudas, ni para las piedras en las que tropezó el niño y como continuación a su vida, alberga tanto hermosos nidos como otros humildes pero llenos de vida. 


Cuento dedicado a P.L. escrito en febrero de 2010.