domingo, 12 de diciembre de 2010

El niño que buscaba todas las respuestas

Erase una vez, hace muchos muchos años, en un país cercano, nació un pequeño bebé que estaba destinado a hacer cosas muy grandes. Como infante tenía un tamaño más bien reducido y delgado. Sus ojos, siempre risueños, mostraban una personalidad abierta y simpática y su cabeza estaba coronada por una hermosa cabellera negra, perfectamente diseñada para cubrir con su manto todo un universo de pensamientos.

A medida que iba creciendo, sus cualidades afloraban con facilidad. Pronto, los que le rodeaban, vieron que era un niño especial, “algo rarito” decían algunos, y con una capacidad innata para hacer reír y pensar, a partes iguales, a sus allegados.

El niño, comenzó a ver que sus cualidades eran aceptadas de formas muy diversas por el resto de la gente y creó una coraza sobre su piel que le protegía de aquellos que no entendían cuál era su misión ni lo que podía hacer con esos conocimientos. Con su gran inteligencia, el niño fue adoptando nuevos valores que consideraba más útiles y más beneficiosos en su quehacer diario, y, así, fue reconfigurando su personalidad hasta dejar la parte especial sólo visible para los elegidos. Aún así, tanto en el colegio, como en casa, o en los entrenamientos, su capacidad de cuestionarse las preguntas más complicadas de la persona y su interés por cualquier cosa que se saliera de las frivolidades diarias, seguían intrigándole y seguía buscando entre la gente a aquellos que pudieran ayudarle a encontrar el camino que quería seguir.

Al cabo de los años, la búsqueda continuaba con más insistencia. La necesidad de ver los matices de la vida y entender todo lo que afectaba al ser humano, a sus relaciones y a las experiencias universales se hacía más fuerte. Con el tiempo, había aprendido a utilizar sus capacidades para su propio uso. Su sonrisa seguía atrayendo a la gente y, eliminando pequeños fragmentos de su coraza, iba dejando entrar nuevos conocimientos.

Aún así, al conocer a alguien nuevo, la corteza que recubría su piel se endurecía, ponía su sonrisa y mirada seductora, sabedor del gran potencial de ellas para que la gente se le acercara. Pero, desconocedor de las reticencias que ellas comportaban, seguía mostrándose desconfiado y arrogante.

Tenía facilidad para acercarse a las mujeres, porque su belleza le abría puertas y su capacidad de seducción llevaba a algunas féminas a transmitirle sus experiencias y sabidurías. Se consideraba un hombre “buenorro” y utilizaba ese don como arma para captar nuevas amistades que le ayudaran en su búsqueda. Pero, consciente o inconscientemente, algunas mujeres que se le acercaban, se alejaban con la misma facilidad, asustadas al ver la complejidad de los conocimientos del hombre o su excesivo amor propio. Otras, sin embargo, dejaban de interesarle cuando veía que no podía obtener más conocimientos de ellas o cuando concebía que había puesto demasiadas expectativas en una persona que no podía colmarlas.


Lo más extraño era que, en cuanto se le acercaba una que sí le sorprendía, otro miedo se apoderaba de él y se convencía de que las respuestas que buscaba serían más fáciles de encontrar si lo hacía solo, sin interferencias.

En cuanto a los hombres, el tema no era muy diferente y, en algunos casos, las dificultades eran algo mayores. Siempre tenía a alguien con quien poder debatir. Encontró el apoyo de su hermano, que también había nacido con dones especiales, con quien mostraba sus descubrimientos abiertamente, a la vez que se sorprendía con nuevas teorías y ciencias que le transmitía el joven y que le permitían abrirse a nuevos caminos de conocimiento. Pero, por lo general, echaba de menos a alguien con quien tener conversaciones puras y coincidentes.

El deporte, otro de sus campos de conocimiento, también ayudó en su búsqueda. La capacidad de mantener el cuerpo en orden y de encontrarse físicamente bien le hacían sentirse más poderoso. Con la práctica del fútbol conoció a mucha gente interesante y llegó a adquirir experiencias que le marcarían en su desarrollo personal. Pero, el joven, tuvo que abandonar uno de sus sueños antes de hora. Las lesiones hicieron su aparición y debió cambiar la ilusión que le estaba conduciendo por una gran carretera, a un camino secundario y menos llamativo. Aún así, el niño creció con la capacidad de adaptarse a las nuevas situaciones y, siempre, disfrutando de las experiencias que le aparecían en la vida.

Saber que las coincidencias nunca son casuales le hizo aprovechar sus vivencias por los diferentes campos de fútbol de Mallorca y de la península y, en esa época, aprendió a luchar y a enseñar las verdaderas lecciones del deporte. Con el paso del tiempo, la suerte hizo que supiera reconducir esa carrera hacia una parcela en la que se sentía cómodo y que le permitía dar un paso más en el camino hacia su misión: la formación de los niños.

Sus discípulos futbolísticos, no sólo aprendían a tocar el balón con más o menos gracia y dotes. Esos niños, bajo su batuta, razonaban sobre la necesidad del juego en equipo, de la responsabilidad y del respeto hacia los demás y, principalmente, hacia uno mismo y hacia sus ideas. Con los niños y jóvenes, su misión se iba cumpliendo y él mismo descubría que en la relación con las nuevas generaciones se conocía a él mismo, sus límites y sus cimas.

Y así, conociendo a los demás y conociéndose a sí mismo, el joven fue haciéndose adulto decidiendo con quién relacionarse y a quién mostrar las bonanzas que él podía generar. Como persona adulta era ya consciente de que la gente se abría por admiración a sus conocimientos. Pero, de lo que no era consciente era de que, esa expresión amable de su rostro, hacía presagiar que algo bueno podía ocurrirles en su órbita. Y, eso pasaba.

A la gente que entendía su forma de ser, sus argumentaciones algo complicadas, su mensaje, siempre le pasaban cosas buenas. No recibían riquezas, ni bienes materiales. No siempre reían. Es más, muchas veces lloraban al descubrir lo que el niño transmitía. Pero, a la larga, todos valoraban el conocimiento de uno mismo que les otorgaban las cuestiones que él planteaba.

Cierto es que a los casi 40 años, el adulto seguía buscando el camino equivocándose como un niño. Había cosas que seguían fallándole en su camino hacia su misión. La soledad en la que había decidido vivir suponía un muro para aquellos que querían conocerle más en profundidad y su actitud chulesca podía cortar a la gente a la hora de abrirse hacia él con total tranquilidad. Aún así, algunas personas le entendían y se sentían sumamente orgullosas de poder crecer a su lado, de poder formar parte de un trocito de su camino.

Con el tiempo, ese niño se asentó, y un día desapareció.

Coincidiendo con esa desaparición, en el lugar que a él más le gustaba, apareció un árbol frondoso y solitario. Un hermoso y poderoso árbol que daba sombra a quien quisiera cobijarse del sol y protección ante los días de lluvia. Un árbol que transmitía sabiduría a aquellos que se sentaban bajo sus ramas y pensaban en la vida y en sus misterios.

Dicen, los que conocieron al niño, que esa fuente de sabiduría sale desde la raíz y llega hasta el último brote de la rama más nueva. Dicen que las raíces del árbol son aún más densas que las ramas, y que engloban a todas las personas que llenaron la vida del niño en búsqueda de su camino. El tronco fuerte y con una gran corteza, protege el conocimiento de su interior y sustenta las ramas que albergan otras vidas. En ese árbol no hay cabida para las dudas, ni para las piedras en las que tropezó el niño y como continuación a su vida, alberga tanto hermosos nidos como otros humildes pero llenos de vida. 


Cuento dedicado a P.L. escrito en febrero de 2010.

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